Miguel Rius con Juan Valenzuela y Chacón

TU POEMA PUEDE CONVERTIRSE EN MONTAÑA

En el taller de Miguel Rius pasa algo, suceden cosas, acontecen hechos. Y todo ello ocurre porque en esa amplia y neutra nave diáfana Rius no pinta cuadros: engendra obras; no «hace arte»: labora, labra, urde una visión; no compone: configura un mundo -un mundo otro-; no acota dimensiones, decide soportes, elige materiales: enclava sensaciones profundas, realidades hondas, conformaciones de una verdad; no pone en marcha un estilo, adopta una escuela o una tendencia, ni repite un método: implanta una actitud. Miguel Rius no es pues un mero pintor: es un autor. Es un per­fecto ejemplo de la prueba del nueve -nada que ver con oportunismos, encuadramientos ni veleidades- del arte actual. En él, en su evolución y, sobre todo, en estas poderosísimas obras, no se encuentra ni con lupa una sola mota de afectación, de fingimiento, de enredo, de falsedad, de tinglado, de estaribel. Por el contrario, a lo largo, ancho y alto de todas ellas, lo que se encuentra es un emocionante afán de lealtad hacia sí mismo; un esforzado aprendizaje, fruto del ahondamiento de un talante más que de la simple adquisición de un abani­co de procedimientos técnicos y expresivos; se encuen­tra el logro de la transmisión de una experiencia que tiene algo de magistral.

Con, por y mediante todo lo antedicho, Miguel Rius consigue dotar a sus obras de autoridad, de un predominante estremecimiento vital antes que de lati­do estético; las confiere dominio, mando, potestad humana, y así consigue este íntimo crédito, ésta fe que hace su nido en mí de manera inmediata. Su autoridad es verdadera, tiene un punto crítico de humildad, de reconocimiento, que se traduce y se muestra dentro de coordenadas contundentes pero libres de intención impositiva alguna. Es un raro encarnizamiento transigente, una tenacidad modula­da, una obstinación firme y suave a la vez que nos para, que nos detiene, que nos afecta como todo lo que posee auténtico acervo.

Se bien que este no es un texto crítico al uso. No he realizado análisis formativo alguno, no he discri­minado ni adscrito al artista en una trayectoria estéti­ca determinada, no he hablado de su «antes» ni de su «después», no he puesto un solo pie en la valoración física, material, del continente de estas obras; no he razonado nada: he optado por confiarles mis conclu­siones y por manifestar mi entusiasmo. Yo creo que ante las excepciones hay que responder con la libre capacidad de la adhesión y de la entrega y, desde luego, con la limpia admiración y el reconocimiento de quien se siente concernido por obras como las de este autor. Estas obras de Rius ahondan, completan, perfeccionan, oréan y abren regiones que en muchas otras ocasiones, dentro de otros talleres, colgadas en galerías y museos, catalogadas en «prestigiosas» colec­ciones, enfatizadas por numerosos comisarios, suelen ahogarme con su vana retórica, con sus pretensiones incumplidas, con su fiera avidez social, con su falta de necesidad, con su tontuna. El quehacer de Miguel Rius nada tiene que ver, afortunadamente, con todas estas rebabas, sobras, incontinencias ni bobaliconerí­as. Ante su labor y ante sus obras yo quiero dejar clara mi admiración, mi respeto, mi decidido interés y, también, mi agradecimiento: modifica algo en mí. Gracias pues, Miguel Rius. Tal vez a tí te ocurra como a Wallace Stevens: tu poema puede convertirse en montaña.

Carmen Pallares

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